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CINCO DÍAS - OPINIÓN   

5 de noviembre de 2003    


Talento y empresa

Manuel Pimentel

Resulta muy difícil definir talento e inteligencia. Pero debemos tener muy claro que no son lo mismo. Expondremos algunas de sus diferencias para tratar de dilucidar si en nuestro sistema universitario se cultiva más la inteligencia de sus alumnos o el desarrollo de sus talentos.


Aunque las definiciones más clásicas consideraban la inteligencia como la simple capacidad de aprender, prefiero aquella otra que la valora como facultad intelectiva que, haciendo buena su raíz etimológica latina inter legere -elegir entre-, se evidencia en el acto de la mejor elección. La inteligencia, haciendo uso de sus complejas herramientas -memoria, capacidad de abstracción, de cálculo, percepción, razonamiento, etcétera- es capaz de construir las alternativas más adecuadas para conseguir un fin o superar un problema. Y entre todas esas alternativas, elegir la mejor. También hay inteligencia en la propia elección del fin perseguido.

El talento, sin embargo, no es un simple acto intelectivo. Si la inteligencia se evidencia en la elección, el talento lo hace en la acción. Posee talento aquella persona que desarrolla con especial habilidad una actividad determinada; tiene talento quien hace algo especialmente bien. El talento, como es evidente, gestiona las facultades, aptitudes y actitudes de la persona que determinan su comportamiento y actividad. Aunque muchos tipos de talento precisan de una previa facultad inteligente, no todas las personas inteligentes son talentosas. Existen también muchos talentos que no requieren de elevadas inteligencias.

Hasta ahora, paradójicamente, las empresas parecían valorar más en sus criterios de selección -aquellos que requieren tests y pruebas psicotécnicas- la inteligencia de los aspirantes que su talento. Sorprende, toda vez, que la principal característica demandada por la empresa debería ser el talento, dado que la empresa siempre es una organización de personas que tiene como finalidad hacer algo. Aunque la inteligencia es siempre un adorno útil, debemos insistir en que para la empresa es más importante el talento específico adaptado a los requerimientos de cada puesto de trabajo. Lo que pasa es que el talento sólo se puede comprobar observando comportamientos y midiendo resultados, mientras que la inteligencia -o al menos algunas de sus expresiones- se puede intuir a través de pruebas psicotécnicas. ¿Y en la universidad? ¿Se ayuda a los alumnos a descubrir sus talentos o se estimula y cultiva su inteligencia? Sería interesante tanto para los propios alumnos como para los docentes y empresas respondernos a esas preguntas.

En todas las carreras y estudios universitarios los alumnos aprenden determinados conocimientos, desarrollando, además, otras facultades, como la memoria y la capacidad de razonamiento, facultades ambas imprescindibles para la inteligencia. De hecho, es muy frecuente oír a los profesores decir que, si no se puede resolver un problema con los conocimientos adquiridos en la universidad, al menos se sabrá dónde consultar y conseguir la información necesaria. Y es bueno que así sea. Pero, como vemos, la finalidad universitaria se enfoca a proporcionar las herramientas y conocimientos adecuados para solucionar problemas; esto es, se persigue facilitar a la inteligencia la construcción de alternativas para la posterior mejor elección entre ellas. Dado que el nivel medio de la universidad española es bastante razonable, damos por hecho que cualquier licenciado que logre superar sus estudios universitarios tendrá un nivel razonable de inteligencia media. Así, a los recién licenciados -como el valor en el Ejército- les debemos suponer su inteligencia. Su talento, sin embargo, deberá probarlo.

 
Aunque la inteligencia es siempre un adorno útil, para la empresa es más importante el talento específico

 
La universidad enfoca sus programas hacia el desarrollo de las facultades inteligentes, mientras que considera que las cuestiones del descubrimiento y desarrollo de los talentos son algo posterior que corresponde a la etapa laboral. La tradición universitaria se siente responsable del desarrollo de la inteligencia de sus alumnos, pero no ha otorgado idéntico protagonismo al descubrimiento y desarrollo de sus talentos. Los universitarios salen sin saber para lo que valen y sin que nadie les haya ayudado nunca a descubrir sus talentos. La empresa -que en verdad debería buscar talentos- debe seleccionarlos por exclusivos criterios relacionados con la inteligencia. Está muy bien la obsesión universitaria por la inteligencia, pero quizá haya llegado la hora de que también se preocupe por el talento.



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